jueves, 23 de mayo de 2013

Mis peques

Adoro como les brillan los ojos cuando sonríen, sinceros.
Naturales y frescos dejan salir sus emociones y sus deseos sin freno. Me encantan esos dos segundos que pasan inmóviles justo cuando acabas de explicarles aquello que te acaban de preguntar; los ojos como platos y la boca abierta. Imagino su cerebro como una inmensa biblioteca y unos duendes justo acabando de escribir todo eso que acaban de oír, mientras otros dos esperan impacientes para salir corriendo a archivarlo en el sitio que corresponde "¿dónde estaban guardadas las explicaciones sobre cuando uno puede bañarse en la piscina?.. humm.. ¡ aquí! Y, de repente, la boca abierta se transforma en una sonrisa que quiere decir: "ya lo tengo controlado y archivado, podemos seguir jugando".
Y luego está esa capacidad para captar en el aire aquello que realmente desean. Los ves tranquilos, embobados, casi en otro mundo viendo su serie favorita... no existe nada más. Pero, de repente, en una conversación al lado de ellos alguien menciona "chocolate", "piscina", "regalo", y la maquinaria de espionaje se pone en marcha. Por el rabillo de sus ojos aparece una mirada disimulada de una décima de segundo que vuelve a centrarse en el televisor, pero ya no ven nada de lo que tienen delante; sólo están atentos a ver si aparece de nuevo la palabra "mágica" a la que van respondiendo con medias sonrisas y nuevas miradas furtivas. Son cariñosos y malvados, pícaros e inocentes, generosos y ambiciosos, tranquilos y revoltosos. Son, en definitiva, todo aquello que un ser humano puede ser.

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